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Lecture presented at ODHAG (Human Right’s Office of the Archbishop of Guatemala) on 02/20/25

This mural was completed inside the historical archive that houses testimonies of crimes against humanity during Guatemala’s dirty war

English translation below, watch the lecture on instagram here: https://www.instagram.com/reel/DGTw0_lxm4h/?igsh=bmtpZWxhbWdua2Ex

Arte, Memoria y Oración: Monseñor Gerardi y el Mural del Archivo de la Memoria

Hola, gracias Nery por presentarme y por la oportunidad de hacer esta pintura, Gracias a todos por estar aquí. Quiero tomar esta oportunidad tambien para decir gracias a Carlos Alarcon y a Nery Rodenas con quienes hablamos de los primeros bocetos del mural. Gracias a Jakob y a Patty quien me ha apoyado desde el principio a organizar este proyecto de muchas maneras. Gracias a Daniela Alarcon quien me asistió a terminar la ultima fase de este mural. Gracias a Daniel y a Aracely quienes ayudaron a preparar este espacio para nosotros hoy. Y gracias a mi familia, especialmente a mi mama, quien siempre me ha apoyado.

Es un honor para mi estar aquí el día de hoy. Es la primera vez que presento una obra en la ciudad de Guatemala, de donde vengo y de donde creci. Es este contexto politico y social el cual siempre me ha inspirado y movido como artista. Buscando educación y oportunidades afuera del país, he presentado mi trabajo fuera del contexto inmediato que lo inspira y que lo informa. Entonces, para mi esta ocasión es muy especial. Y estoy muy agradecida con Dios, con el equipo de la ODHAG y con la vida de tener esta oportunidad. Gracias.

  Este mural, extendido como una piel sobre el archivo de la memoria, es una superficie que recuerda, en la que las transferencias de papel y las inyecciones de tinta son ecos de Monseñor Gerardi. Él, solo. Él, en comunidad. Él, duplicado, reflejado, fragmentado. Está en la izquierda, pensativo, casi integrandose en la arquitectura que lo sostiene. Está al centro, erguido, su vestidura litúrgica envolviendo su figura como un halo quebrado. Él es testigo. De su tiempo y del nuestro.

Aquí, en el archivo donde reposan los testimonios de la guerra civil en Guatemala, la memoria no es un documento estático. Es un esfuerzo activo contra el olvido, contra la omisión forzada, contra la distorsión calculada. Este mural se adhiere a la pared como un acto de resistencia, porque la imagen, como la verdad, se niega a ser borrada. Hoy voy a abordar primero la técnica del mural, luego parte del simbolismo del color y la forma, y después atare estos conceptos al testimonio de vida y valor cristianos en la obra de Monseñor Gerardi.

Este mural ha sido desarrollado con técnicas de pintura, impresion y grabado experimentales, que he desarrollado a través de mucha experimentación en el estudio en los últimos 20 anos. El proceso comienza con un boceto a mano que luego yo traduzco digitalmente e imprimo en papel para transferir a la pared. Sin embargo la imagen que ven ustedes hoy es muy diferente al boceto digital. La pintura esta hecha en capas de pintura y collage impreso las cuales yo quito y añado en un proceso largo que combina 5 técnicas artísticas distintas, dibujo, dos tipos distintos de pintura, transferencias digitales, lápiz y carboncillo. Antes de pintar, froto las superficies de las pinturas con las yemas de los dedos. Desgasto la fibra del papel, la debilito hasta que la imagen casi desaparece, pero no del todo. Es un gesto de excavación, de arqueología afectiva que muestra una memoria sutil pero persistente. 

El verde y el rojo se enfrentan en el mural, se cruzan, se mezclan. Verde de follaje, de resurrección, de vitalidad y energia. Mucho de este verde es tomado de  imágenes de las paredes del centro histórico de Guatemala, como en este cuarto, verde tambien alude a los musgos que cubren ruinas e historia, de la promesa de un país reconciliado. Rojo de sangre, de martirio, de sacrificio. Rojo de los sellos que tachan expedientes, de las lápidas sin nombre, de los rostros anónimos que emergen entre las capas de la obra.

El verde y el rojo no son solo opuestos en la rueda del color. Son fuerzas en tensión, una dialéctica de presencia y ausencia, de duelo y esperanza.

Cada marca, cada mancha, cada fragmento de este mural es una invocación. Si la oración es un acto de fe, entonces la pintura también lo es. Hay una tradición en la mística católica que entiende la oración no solo como palabra, sino como presencia. Una vela encendida en una iglesia oscura es una oración. Un suspiro al amanecer es una oración. Y también lo es una imagen que no dice, sino que sugiere; que no muestra, sino que permite sentir.

El arte abstracto, como la oración contemplativa, no impone una verdad rígida, sino que deja espacio para la experiencia del otro. Así como una vela encendida en una iglesia oscura es una oración porque su luz insiste en la presencia aun cuando las palabras no alcanzan, y un suspiro al amanecer es una oración porque entrega el cuerpo al ritmo del día sin necesidad de una petición explícita, la imagen abstracta es una oración porque no dicta, sino que permite. Porque no muestra, sino que sugiere. Porque, como la fe, no necesita certezas absolutas, sino la disposición de habitar lo desconocido.

En la tradición cristiana, la oración no siempre es un pedido ni una afirmación, sino también un acto de confianza. Jesús, en el huerto de Getsemaní, ora no para cambiar su destino, sino para entregarse a él. "Hágase tu voluntad y no la mía." La imagen abstracta opera bajo la misma lógica: no impone, no cierra significados, sino que abre un espacio donde algo mayor pueda manifestarse.

El cristianismo enseña que el misterio es parte de la verdad. Que no todo está dicho, que no todo puede ser visto de inmediato. San Pablo escribió: "Ahora vemos por espejo, oscuramente; mas entonces veremos cara a cara" (1 Corintios 13:12). La abstracción es ese espejo oscuro, un reflejo incompleto de una verdad que solo puede ser percibida con el tiempo, con la entrega, con la disposición de mirar sin esperar respuestas inmediatas.

Si la figuración dice “esto es”, la abstracción dice “espera”. Si la palabra en la oración dice “Señor, escucha”, la imagen abstracta dice “Señor, estoy aquí”. Ambas son formas de abrirse a lo divino, de sostener la memoria y la presencia, de insistir en que lo que no puede verse ni decirse aún sigue aquí.

En este mural, hay partes que no están del todo definidas, zonas donde la imagen se descompone en textura y en sombra. Esas áreas son pausas, espacios para la contemplación, momentos donde la imagen deja de narrar y empieza a invocar. Así como la oración no siempre busca respuestas inmediatas, sino abrirse a una presencia más grande, la abstracción en esta obra nos pide algo similar: detenernos, mirar y permitir que el significado emerja con el tiempo.

Si entendemos la oración como un espacio donde lo humano se encuentra con lo divino sin necesidad de palabras, y la imagen abstracta como un espacio donde lo visible se encuentra con lo invisible sin necesidad de figuras reconocibles, entonces es posible decir que la abstracción es una oración.

Ambas son experiencias que invitan a la contemplación, que no dictan respuestas, sino que ofrecen un lugar donde algo puede manifestarse. No una ilustración de la fe, sino una experiencia de lo sagrado.

La vida de Monseñor Gerardi fue una oración encarnada en el mundo.

Porque la fe no es solo contemplación, sino acción. La doctrina social de la Iglesia nos dice que no se puede amar a Dios sin servir a los demás. Gerardi entendió esto profundamente. Su compromiso con los derechos humanos, su dedicación a documentar la verdad, su decisión de ponerse del lado de los más vulnerables fueron actos de fe.

Él no solo observó la injusticia, sino que actuó.

Este mural no solo es un tributo a su figura, sino a su vocación de servicio. Al representar su imagen dentro de este archivo, la obra reafirma su legado: la verdad no es individual, es colectiva. La memoria no es propiedad de unos pocos, pertenece a todos.

El valor cristiano del servicio a los demás está impreso en la materialidad del mural. El acto de frotar la superficie, de excavar imágenes, de velarlas y revelarlas, es un eco del trabajo de Gerardi: documentar el sufrimiento para que otros puedan ser escuchados. Su vida y su muerte nos enseñan que la fe es inseparable de la justicia. Y este mural nos pregunta: ¿qué hacemos nosotros con esa enseñanza?

Este mural es una oración sin palabras. Aquí, en este archivo, las palabras de quienes vivieron la guerra están resguardadas. Y este mural, con su color, su textura, su presencia, les responde.

Gracias.



Art, Memory and Prayer: Monsignor Gerardi and the Mural of the Archive of Memory

This mural, spread like a skin over the archive of memory, is a surface that remembers in which the paper transfers and ink injections are echoes of Monsignor Gerardi. He, alone. He, in community. He, duplicated, reflected, fragmented. He is on the left, pensive, almost integrating himself into the architecture that supports him. He is in the center, upright, his liturgical vestment enveloping his figure like a broken halo. He is a witness. Of his time and ours.

Here, in the archive where the testimonies of the civil war in Guatemala rest, memory is not a static document. It is an active effort against oblivion, against forced omission, against calculated distortion. This mural adheres to the wall as an act of resistance, because the image, like the truth, refuses to be erased.


Before painting, I rub the surfaces of the paintings with my fingertips. I wear down the fiber of the paper, weakening it until the image almost disappears, but not completely. It is a gesture of excavation, of affective archaeology that shows a subtle but persistent memory.


Green and red confront each other in the mural, they cross, they mix. Green of foliage, of resurrection, of vitality and energy. Green like in images on the walls of the historic center of Guatemala, like in this room, green of the moss that covers ruins and history, of the promise of a reconciled country. Red of blood, of martyrdom, of sacrifice. Red from the stamps that cross out files, from the nameless tombstones, from the anonymous faces that emerge between the layers of the work.

Green and red are not just opposites on the color wheel. They are forces in tension, a dialectic of presence and absence, of mourning and hope.


Every mark, every stain, every fragment of this mural is an invocation. If prayer is an act of faith, then painting is too. There is a tradition in Catholic mysticism that understands prayer not only as a word, but as a presence. A lit candle in a dark church is a prayer. A sigh at dawn is a prayer. And so is an image that does not say, but suggests; that does not show, but allows one to feel.

Abstract art, like contemplative prayer, does not impose a rigid truth, but leaves space for the experience of the other. Just as a candle lit in a dark church is a prayer because its light insists on presence even when words are not enough, and a sigh at dawn is a prayer because it surrenders the body to the rhythm of the day without the need for an explicit request, the abstract image is a prayer because it does not dictate, but allows. Because it does not show, but suggests. Because, like faith, it does not need absolute certainties, but the willingness to inhabit the unknown.

In the Christian tradition, prayer is not always a request or an affirmation, but also an act of trust. Jesus, in the garden of Gethsemane, prays not to change his destiny, but to surrender himself to it. "Thy will be done and not mine." The abstract image operates under the same logic: it does not impose, it does not close meanings, but rather it opens a space where something greater can manifest itself.

Christianity teaches that mystery is part of the truth. That not everything is said, that not everything can be seen immediately. St. Paul wrote, “For now we see through a mirror, darkly; but then face to face” (1 Corinthians 13:12). Abstraction is that dark mirror, an incomplete reflection of a truth that can only be perceived with time, with surrender, with the willingness to look without expecting immediate answers.

If figuration says “this is,” abstraction says “wait.” If the word in prayer says “Lord, listen,” the abstract image says “Lord, I am here.” Both are ways of opening up to the divine, of sustaining memory and presence, of insisting that what cannot be seen or said is still here.

In this mural, there are parts that are not completely defined, areas where the image breaks down into texture and shadow. These areas are pauses, spaces for contemplation, moments where the image stops narrating and begins to invoke. Just as prayer does not always seek immediate answers, but rather an opening to a larger presence, the abstraction in this work asks us to do something similar: to stop, look, and allow meaning to emerge over time.

If we understand prayer as a space where the human meets the divine without the need for words, and the abstract image as a space where the visible meets the invisible without the need for recognizable figures, then it is possible to say that abstraction is a prayer.